El discurso de Sirunda Arán
Darío González Rodríguez*
Hubo un tiempo de claror como la espuma en sus olillas,
una vez cantamos la razón y en lengua el Petamuti,
una vez en tanto clamorear oímos que la vida era de flecha y nuestro sol,
espigas que cortamos en molienda, pálpito sagradamente de humo en tizne y vocación
porque las hojarascas y este lago que nos rompe a cántaros bellísimos.
Sentar los ojos y mirar la espuma que allá se oye decir entre piedras,
que anda de volcán andando mano a mano:
Yo soy Sirunda Arán, el presuroso, yo,
flor de las orillas, halo de dos cumbres,
en el salto las hojas, mi sequedad, mi tantán que canta encuentros,
popotes de monte, ajenjo, lumbrera apasionada de visiones,
mi canto de chapulín al salto porque en el zumbido sólo Él, sólo Él,
en la mirada, en el destierro, en el más alto de la contemplación.
Y yo el canto, yo la cortina de polillas húmedas,
el salto de rama en llovizna, de luna con ojos de pinzón.
Yo soy Sirunda Arán, brisa de paredes consteladas,
una altitud perfecta entre los vientos,
yo sólo la voz de quien me invoca, quien me clama
como las ranas a la lluvia, como el grillo la pureza de la luna.
Aquí, cuando el aire se hace pétalos las piedras, aquí,
depuesto el alazán y la alborada,
voy de nube a nube, de astro en astro y boca en boca
bebiendo de murmuraciones todo mi aliento,
ay, de oídos suficientes, de fértiles fraseos,
porque florece la palabra en mi almidón,
en este templo se sacuden las milpas,
los olotes y el zarcillo enroscados como en alacrán,
como en un desplume despotricar relámpagos en el poniente.
Soy. Me anticipo. El anuncio de las gotas, el rociar de las jícaras
y la hora agostada entre otoñas cortezas.
Soy ráfaga alegre, mira, mira mi bastón, mira sus listones.
Yo, Sirunda Arán, los pasos del conejo,
seré el que anda de constelaciones fidedignas hacia sus casas,
aquí me arde la rodilla, brotan ascuas en mi frente.
Celsitudes consteladas, así como el arder,
así como la llamarada, soy Sirunda Arán en la sima y en la cima,
soy Sirunda Arán, pero también la frase mala,
mi tascal de ajuates, de tábanos también igual que las paredes,
negreando al humo con sus moscas, porque soy la voz,
porque del abedul blanco la maledicencia y el martillo también,
también soy rayo partidor de caracoles,
ante mí una vez tembló este reino, el de Querenda Angápeti,
este reino de Zacapu.
Lebrel y galgo, anunciación en las moradas,
servato bienaventurado como las llanuras.
Soy la anunciación del salvamento, soy el cardo que levanta,
pues entre mis huesos no hay más semilla que la milpa, que el petardo,
¿A dónde irán, a qué continental amparo de jaurías?
Porque no hay más que una palabra, nada se aroma en esta soledad,
aquí no el alma de los muros, aquí sólo el peto de oro,
y nada a voces, callado, y nada al paso, estéril,
sólo la ondulante, la cuestión de plumas enterradas
y no hay más, nada tiene sus puertos, ni sus frases,
aunque se levanten las estelas, aunque se oreen las trojes,
no, no cae nada más que el sol, más que la hoja,
no, no cae palabra, más que el amarillo y la sonrisa.
¿Cuánto, quién oirá este llanto si no tengo ni ojeras?
¿Dónde, qué páramo andaré para las otras puertas?
Yo, Sirunda Arán, soy ojo de abedul,
soy mariposa negra en los helechos,
pero no tengo más que este palpar de túnicas doradas,
pero más no tengo que la cumbre de las manos.
Acá, acá no está horadado el labio, todavía no,
y llega como pájaro en vuelo, llega como oración,
¿Quién, quién anda en el peldaño?
¿Quién a la gardenia mancilla con su peso?
¿Quién anda por allá en el templo de Zacapu?
Yo tampoco lo conozco, no me sabe a mí en la boca.
Y tú, hermosísimo ahuehuete, y tú, blanco espinazo,
¿Dónde caes de hojas marchitas como estas ponientes habitaciones?
Porque tus lajas se rayan y tu pulcritud aquí se gasta como vino en jarrones,
porque tú que estás hecho de cielo, no vienes a ningún poniente,
a ninguna tierra que te estalla bajo las nubes con su pálpito y su pulpa.
Oh, yo soy el mensajero, yo que caigo de sures y sacramentos,
¿A dónde habré de ir, a dónde iré?
¿Dónde ondean sus banderas, oh, sino aquí?
una vez cantamos la razón y en lengua el Petamuti,
una vez en tanto clamorear oímos que la vida era de flecha y nuestro sol,
espigas que cortamos en molienda, pálpito sagradamente de humo en tizne y vocación
porque las hojarascas y este lago que nos rompe a cántaros bellísimos.
Sentar los ojos y mirar la espuma que allá se oye decir entre piedras,
que anda de volcán andando mano a mano:
Yo soy Sirunda Arán, el presuroso, yo,
flor de las orillas, halo de dos cumbres,
en el salto las hojas, mi sequedad, mi tantán que canta encuentros,
popotes de monte, ajenjo, lumbrera apasionada de visiones,
mi canto de chapulín al salto porque en el zumbido sólo Él, sólo Él,
en la mirada, en el destierro, en el más alto de la contemplación.
Y yo el canto, yo la cortina de polillas húmedas,
el salto de rama en llovizna, de luna con ojos de pinzón.
Yo soy Sirunda Arán, brisa de paredes consteladas,
una altitud perfecta entre los vientos,
yo sólo la voz de quien me invoca, quien me clama
como las ranas a la lluvia, como el grillo la pureza de la luna.
Aquí, cuando el aire se hace pétalos las piedras, aquí,
depuesto el alazán y la alborada,
voy de nube a nube, de astro en astro y boca en boca
bebiendo de murmuraciones todo mi aliento,
ay, de oídos suficientes, de fértiles fraseos,
porque florece la palabra en mi almidón,
en este templo se sacuden las milpas,
los olotes y el zarcillo enroscados como en alacrán,
como en un desplume despotricar relámpagos en el poniente.
Soy. Me anticipo. El anuncio de las gotas, el rociar de las jícaras
y la hora agostada entre otoñas cortezas.
Soy ráfaga alegre, mira, mira mi bastón, mira sus listones.
Yo, Sirunda Arán, los pasos del conejo,
seré el que anda de constelaciones fidedignas hacia sus casas,
aquí me arde la rodilla, brotan ascuas en mi frente.
Celsitudes consteladas, así como el arder,
así como la llamarada, soy Sirunda Arán en la sima y en la cima,
soy Sirunda Arán, pero también la frase mala,
mi tascal de ajuates, de tábanos también igual que las paredes,
negreando al humo con sus moscas, porque soy la voz,
porque del abedul blanco la maledicencia y el martillo también,
también soy rayo partidor de caracoles,
ante mí una vez tembló este reino, el de Querenda Angápeti,
este reino de Zacapu.
Lebrel y galgo, anunciación en las moradas,
servato bienaventurado como las llanuras.
Soy la anunciación del salvamento, soy el cardo que levanta,
pues entre mis huesos no hay más semilla que la milpa, que el petardo,
¿A dónde irán, a qué continental amparo de jaurías?
Porque no hay más que una palabra, nada se aroma en esta soledad,
aquí no el alma de los muros, aquí sólo el peto de oro,
y nada a voces, callado, y nada al paso, estéril,
sólo la ondulante, la cuestión de plumas enterradas
y no hay más, nada tiene sus puertos, ni sus frases,
aunque se levanten las estelas, aunque se oreen las trojes,
no, no cae nada más que el sol, más que la hoja,
no, no cae palabra, más que el amarillo y la sonrisa.
¿Cuánto, quién oirá este llanto si no tengo ni ojeras?
¿Dónde, qué páramo andaré para las otras puertas?
Yo, Sirunda Arán, soy ojo de abedul,
soy mariposa negra en los helechos,
pero no tengo más que este palpar de túnicas doradas,
pero más no tengo que la cumbre de las manos.
Acá, acá no está horadado el labio, todavía no,
y llega como pájaro en vuelo, llega como oración,
¿Quién, quién anda en el peldaño?
¿Quién a la gardenia mancilla con su peso?
¿Quién anda por allá en el templo de Zacapu?
Yo tampoco lo conozco, no me sabe a mí en la boca.
Y tú, hermosísimo ahuehuete, y tú, blanco espinazo,
¿Dónde caes de hojas marchitas como estas ponientes habitaciones?
Porque tus lajas se rayan y tu pulcritud aquí se gasta como vino en jarrones,
porque tú que estás hecho de cielo, no vienes a ningún poniente,
a ninguna tierra que te estalla bajo las nubes con su pálpito y su pulpa.
Oh, yo soy el mensajero, yo que caigo de sures y sacramentos,
¿A dónde habré de ir, a dónde iré?
¿Dónde ondean sus banderas, oh, sino aquí?
*Darío González Rodríguez (Uruapan, 1999). Es estudiante de Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa. Ha participado en algunos encuentros de poesía en la Ciudad de México, Guanajuato, Querétaro y Michoacán, como el primer Encuentro Descentralizado de Poesía al Margen (2021), el Festival de Poesía Joven: Michoacán escribe (2022) y el Encuentro Nacional de Poetas Jóvenes Morelia (2022). Ha publicado en varias revistas digitales de México y Colombia como Marabunta, Anemeria, Ibidem, Los Demonios y Los Días, Irradiación, Campos de Pluma, entre otras, al igual que en la Antología de poetas jóvenes de la UAM (Cardenal revista literaria, 2020) y en La ciudad de los poemas. Muestrario poético de la Ciudad de México. (Ediciones del Lirio, 2021). Actualmente, ha publicado su primer libro Libro IV (Niño Down, 2023).
FB: Darío González Rodríguez
IG: @_hombresoloenelemar_
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