La joven de la fotografía
Juan Andrés Capalbo*
Durante mis años de estudiante solía sentarme en las raíces de un enorme roble que estaba en la plaza frente a mi escuela. Era un árbol de gran tamaño bajo el cual encontraba sombra en los días calurosos, mientras que en época de frío me sentaba en el lado que recibía el sol. Era un buen lugar mientras esperaba las clases que eran a contraturno o cuando paseaba por el parque. Me sentaba solo, mirando a la gente pasar sin que nadie se fijara en mí.
Pero un día ocurrió: alguien me observaba. Se trataba de una joven que aparentaba mi edad. Aparté la mirada rápidamente. La miré de reojo y ella continuaba mirándome. El calor subió en menos de un segundo hasta mis mejillas ¿Una joven me miraba? Era algo que no solía pasar. Me volví de frente hacia ella. No era de mi escuela ni era alguien que frecuentara el lugar en solitario como yo. Me moví un poco de mi lugar y la observé. Todavía me seguía con la vista. No había dudas: tenía que acercarme. Fui hasta donde ella estaba y me paré delante suyo. Me agaché y recogí la fotografía.
Se trataba de una imagen en blanco y negro, solo se veía el torso de la joven de costado. Usaba un vestido que aparentaba ser de muchos años atrás y un chal le cubría los hombros. Miraba hacia la cámara. No, en realidad me miraba a mi. No tenía ningún cuadro que la protegiera ni estaba plastificada. Su estilo era antiguo, pero el papel parecía reciente, no tenía arrugas ni manchas. Ningún signo del paso del tiempo. Seguramente era una producción artística que se le había caído a alguien. Sus ojos me seguían sin importar hacia donde me moviera. Su rostro tenía un aire melancólico y junto al detalle de su mirada, me sentí cautivado. Parecía una joven solitaria y triste que necesitaba un amigo. Y yo podía serlo.
Miré alrededor para ver si alguien estaba buscándola. Estuve un rato sentado mientras ella me observaba. No parecía que nadie echara de menos la imagen. Ninguna persona buscaba nada. Supuse que el dueño ya se había ido y quizás ni siquiera se percató que perdió la foto. Cuando me dispuse a irme, la guardé dentro de uno de mis libros teniendo especial cuidado que no se doblara ni se arrugue.
Al llegar a mi casa me senté en mi cama y volví a mirarla, esta vez con más detenimiento. No había ningún detalle que diera información sobre quién era la joven, de donde procedía o cuando fue tomada.
Desde entonces se convirtió en mi compañera. A veces la llevaba conmigo y nos sentábamos en las raíces del roble. Otras veces se quedaba guardada en mi mesa de luz y cuando volvía, le contaba sobre mi día.
Poco a poco fue ocurriendo que, de tanto verla y estar con ella, comenzó a parecerme que podía interpretar su mirada. Me daba cuenta cuando algo le hacía gracia o si se preocupaba. Incluso me parecía más real que antes, quiero decir como si no fuera solo una imagen sino que podía sentir que verdaderamente estaba en la habitación. Me hubiera encantado saber cosas sobre ella, así que comencé a hacerle preguntas. Sus ojos me decían si se trataba de un si o un no. Aunque algunas cosas las guardaba para si misma. Todavía le costaba un poco contarme sobre su vida. De esa forma fue comunicándome algunas cosas.
Pero bien, esto podía ser una ilusión mía. Necesitaba algo que pruebe que realmente ocurría. Y un día tuve la confirmación. Pasó que su expresión ya no me parecía tan triste como al principio. Durante varios días presté atención a este detalle. Hasta que llegó un viernes en que cuando tomé la fotografía...¡sonreía! No podía ser idea mía... Sonreía mostrándome unos dientes parejos en su tamaño y blancos. Me quedé paralizado, sin poder dejar de mirarla, presa de esa sonrisa que me impedía entregarme al pánico. Pero ocurrió algo más. Volví a mirar sus ojos y ¡parpadeaba! Esta vez si que sentí el terror como nunca antes y dejé caer la imagen para retroceder hasta golpear contra la puerta. Quise irme de allí, sin embargo, a pesar de la adrenalina que me empujaba a huir, otra explicación me pareció más plausible: pensé que mi imaginación me había llevado demasiado lejos, así que pasada la impresión inicial, volví a guardarla en el cajón y reflexioné sobre el asunto.
Decidí tomar distancia, sin atreverme a deshacerme de ella, ya que los recuerdos y el tiempo compartido tenían un peso importante. Por este motivo decidí dejarla en su lugar. Le expliqué, sabiendo que podía escucharme, que durante un tiempo no hablaríamos porque debíamos tomar cierta distancia para pensar y cuando aclaráramos nuestras ideas, volveríamos a hablar. Todo esto pensando que quizás no lo haríamos.
Intenté mantenerme fuera de mi casa el mayor tiempo posible, ya que si volvía a mi habitación iba a querer verla y no podría resistirme. Me anoté en distintas actividades: comencé a practicar atletismo en el club cercano a mi casa, inicié un curso de portugués, comencé a pasear mucho más por el parque y a verme más seguido con compañeros de clase y del club para estudiar o jugar al fútbol. Es decir, buscando la compañía de personas que no estaban dentro de una fotografía. Cuando volvía, era una verdadera lucha frenar el impulso de sacarla del cajón o hablarle, aunque esto último lo hice por tenerlo como hábito incorporado. Así que intenté también entrar lo menos posible a mi cuarto. Utilicé el comedor para estudiar, limpié el patio más seguido y me ofrecí para hacer las compras.
Pero mi agenda cargada de actividades y mis nuevas amistades cumplieron su propósito de alejarme de aquella joven fotografiada y de a poco fue costando menos trabajo el mantenerme alejado e incluso no pensar en ella durante periodos de tiempo que se iban alargando cada vez más. Hasta que llegó el día en que tuve que volver a enfrentarme a ella, pero no porque yo haya buscado este encuentro...
Era una tarde en la que volví de un paseo por el parque. Nadie se encontraba en casa en ese momento. Así que me dirigí a mi habitación. Y la encontré esperándome sobre mi cama. No en su fotografía, como estaba acostumbrado sino sentada sobre el colchón...quiero decir que la chica que fue mi amiga durante tanto tiempo estaba ahí, cuerpo presente. La versión viva también era en blanco y negro y me miraba con la misma expresión que cuando la conocí. Me sostuvo la mirada durante un rato mientras algo frío recorría mi pecho y el corazón daba saltos en vez de latidos. Me quedé en la misma posición, con la mano en el picaporte y a punto de dar otro paso hasta el momento en que habló. Eso que tanto deseaba unos meses antes, cuando ocurrió solo aumentó el miedo que sentía.
--Te estuve esperando .
Hablaba con una voz que parecía venir de lejos, como un eco. Yo continuaba paralizado. El retorcijo frío bajó hasta mi estómago y el corazón parecía a punto de perforar mi pecho.
--Dijiste que solo sería un tiempo, pero no volviste. - comenzaba a alterarse y a hablar en tono más alto.
--Pensé que eras mi amigo-- su rostro ya no estaba impasible sino que comenzaba a aparecer una expresión de dolor y sus ojos se llenaban de lágrimas. No podía darme cuenta si su voz venía de ella o del interior de mi cabeza.
--¡Me dejaste encerrada en ese cajón!-- casi gritó mientras se ponía de pie. Un objeto que no había visto antes cayó de su falda y por primera vez desvié la mirada y vi que era la fotografía. Solo estaba el fondo vacío, una pared en blanco, ya que ella no estaba.
En ese momento fue cuando pude reaccionar y corrí hacia afuera. No tenía un rumbo fijo, solo quería escapar ¿Realmente había cobrado vida la chica de la imagen? ¿Había alguna posibilidad de que me lo hubiera imaginado?
Paré de correr. Me estaba costando respirar. Estaba en medio de la vereda, inclinado con las palmas de mi mano tomando mis rodillas recuperando el aire cuando un pensamiento cruzó mi mente: mi madre tenía que volver a la casa... ¿Y si se encontraba con la joven?¿Podría hacerle daño? Entonces volví por la misma dirección por la que venía escapando sin saber con qué me encontraría y en el mejor de los casos qué haría con la foto. No era mucha la distancia, pero mil imágenes me acometieron, en todas ellas mi madre era víctima de una joven que salió de una fotografía.
Finalmente regresé. Para sorpresa mía, mi mamá había llegado hacía poco. Me miró con el ceño fruncido. Seguramente me regañaría por no llegar tarde o no avisar donde había estado. Pero al menos estaba bien. A pesar de la falta de aire por la carrera, un alivio recorrió mi cuerpo.
--Fui a buscarte a tu habitación, creí que estabas ahí– me dijo con la vista fija en mi.
No se habían encontrado. Seguramente mi amiga había vuelto a la fotografía. El alivio fue en aumento.
--A propósito ¿por qué hay una fotografía de una pared blanca y un chal en tu cama?
Pero un día ocurrió: alguien me observaba. Se trataba de una joven que aparentaba mi edad. Aparté la mirada rápidamente. La miré de reojo y ella continuaba mirándome. El calor subió en menos de un segundo hasta mis mejillas ¿Una joven me miraba? Era algo que no solía pasar. Me volví de frente hacia ella. No era de mi escuela ni era alguien que frecuentara el lugar en solitario como yo. Me moví un poco de mi lugar y la observé. Todavía me seguía con la vista. No había dudas: tenía que acercarme. Fui hasta donde ella estaba y me paré delante suyo. Me agaché y recogí la fotografía.
Se trataba de una imagen en blanco y negro, solo se veía el torso de la joven de costado. Usaba un vestido que aparentaba ser de muchos años atrás y un chal le cubría los hombros. Miraba hacia la cámara. No, en realidad me miraba a mi. No tenía ningún cuadro que la protegiera ni estaba plastificada. Su estilo era antiguo, pero el papel parecía reciente, no tenía arrugas ni manchas. Ningún signo del paso del tiempo. Seguramente era una producción artística que se le había caído a alguien. Sus ojos me seguían sin importar hacia donde me moviera. Su rostro tenía un aire melancólico y junto al detalle de su mirada, me sentí cautivado. Parecía una joven solitaria y triste que necesitaba un amigo. Y yo podía serlo.
Miré alrededor para ver si alguien estaba buscándola. Estuve un rato sentado mientras ella me observaba. No parecía que nadie echara de menos la imagen. Ninguna persona buscaba nada. Supuse que el dueño ya se había ido y quizás ni siquiera se percató que perdió la foto. Cuando me dispuse a irme, la guardé dentro de uno de mis libros teniendo especial cuidado que no se doblara ni se arrugue.
Al llegar a mi casa me senté en mi cama y volví a mirarla, esta vez con más detenimiento. No había ningún detalle que diera información sobre quién era la joven, de donde procedía o cuando fue tomada.
Desde entonces se convirtió en mi compañera. A veces la llevaba conmigo y nos sentábamos en las raíces del roble. Otras veces se quedaba guardada en mi mesa de luz y cuando volvía, le contaba sobre mi día.
Poco a poco fue ocurriendo que, de tanto verla y estar con ella, comenzó a parecerme que podía interpretar su mirada. Me daba cuenta cuando algo le hacía gracia o si se preocupaba. Incluso me parecía más real que antes, quiero decir como si no fuera solo una imagen sino que podía sentir que verdaderamente estaba en la habitación. Me hubiera encantado saber cosas sobre ella, así que comencé a hacerle preguntas. Sus ojos me decían si se trataba de un si o un no. Aunque algunas cosas las guardaba para si misma. Todavía le costaba un poco contarme sobre su vida. De esa forma fue comunicándome algunas cosas.
Pero bien, esto podía ser una ilusión mía. Necesitaba algo que pruebe que realmente ocurría. Y un día tuve la confirmación. Pasó que su expresión ya no me parecía tan triste como al principio. Durante varios días presté atención a este detalle. Hasta que llegó un viernes en que cuando tomé la fotografía...¡sonreía! No podía ser idea mía... Sonreía mostrándome unos dientes parejos en su tamaño y blancos. Me quedé paralizado, sin poder dejar de mirarla, presa de esa sonrisa que me impedía entregarme al pánico. Pero ocurrió algo más. Volví a mirar sus ojos y ¡parpadeaba! Esta vez si que sentí el terror como nunca antes y dejé caer la imagen para retroceder hasta golpear contra la puerta. Quise irme de allí, sin embargo, a pesar de la adrenalina que me empujaba a huir, otra explicación me pareció más plausible: pensé que mi imaginación me había llevado demasiado lejos, así que pasada la impresión inicial, volví a guardarla en el cajón y reflexioné sobre el asunto.
Decidí tomar distancia, sin atreverme a deshacerme de ella, ya que los recuerdos y el tiempo compartido tenían un peso importante. Por este motivo decidí dejarla en su lugar. Le expliqué, sabiendo que podía escucharme, que durante un tiempo no hablaríamos porque debíamos tomar cierta distancia para pensar y cuando aclaráramos nuestras ideas, volveríamos a hablar. Todo esto pensando que quizás no lo haríamos.
Intenté mantenerme fuera de mi casa el mayor tiempo posible, ya que si volvía a mi habitación iba a querer verla y no podría resistirme. Me anoté en distintas actividades: comencé a practicar atletismo en el club cercano a mi casa, inicié un curso de portugués, comencé a pasear mucho más por el parque y a verme más seguido con compañeros de clase y del club para estudiar o jugar al fútbol. Es decir, buscando la compañía de personas que no estaban dentro de una fotografía. Cuando volvía, era una verdadera lucha frenar el impulso de sacarla del cajón o hablarle, aunque esto último lo hice por tenerlo como hábito incorporado. Así que intenté también entrar lo menos posible a mi cuarto. Utilicé el comedor para estudiar, limpié el patio más seguido y me ofrecí para hacer las compras.
Pero mi agenda cargada de actividades y mis nuevas amistades cumplieron su propósito de alejarme de aquella joven fotografiada y de a poco fue costando menos trabajo el mantenerme alejado e incluso no pensar en ella durante periodos de tiempo que se iban alargando cada vez más. Hasta que llegó el día en que tuve que volver a enfrentarme a ella, pero no porque yo haya buscado este encuentro...
Era una tarde en la que volví de un paseo por el parque. Nadie se encontraba en casa en ese momento. Así que me dirigí a mi habitación. Y la encontré esperándome sobre mi cama. No en su fotografía, como estaba acostumbrado sino sentada sobre el colchón...quiero decir que la chica que fue mi amiga durante tanto tiempo estaba ahí, cuerpo presente. La versión viva también era en blanco y negro y me miraba con la misma expresión que cuando la conocí. Me sostuvo la mirada durante un rato mientras algo frío recorría mi pecho y el corazón daba saltos en vez de latidos. Me quedé en la misma posición, con la mano en el picaporte y a punto de dar otro paso hasta el momento en que habló. Eso que tanto deseaba unos meses antes, cuando ocurrió solo aumentó el miedo que sentía.
--Te estuve esperando .
Hablaba con una voz que parecía venir de lejos, como un eco. Yo continuaba paralizado. El retorcijo frío bajó hasta mi estómago y el corazón parecía a punto de perforar mi pecho.
--Dijiste que solo sería un tiempo, pero no volviste. - comenzaba a alterarse y a hablar en tono más alto.
--Pensé que eras mi amigo-- su rostro ya no estaba impasible sino que comenzaba a aparecer una expresión de dolor y sus ojos se llenaban de lágrimas. No podía darme cuenta si su voz venía de ella o del interior de mi cabeza.
--¡Me dejaste encerrada en ese cajón!-- casi gritó mientras se ponía de pie. Un objeto que no había visto antes cayó de su falda y por primera vez desvié la mirada y vi que era la fotografía. Solo estaba el fondo vacío, una pared en blanco, ya que ella no estaba.
En ese momento fue cuando pude reaccionar y corrí hacia afuera. No tenía un rumbo fijo, solo quería escapar ¿Realmente había cobrado vida la chica de la imagen? ¿Había alguna posibilidad de que me lo hubiera imaginado?
Paré de correr. Me estaba costando respirar. Estaba en medio de la vereda, inclinado con las palmas de mi mano tomando mis rodillas recuperando el aire cuando un pensamiento cruzó mi mente: mi madre tenía que volver a la casa... ¿Y si se encontraba con la joven?¿Podría hacerle daño? Entonces volví por la misma dirección por la que venía escapando sin saber con qué me encontraría y en el mejor de los casos qué haría con la foto. No era mucha la distancia, pero mil imágenes me acometieron, en todas ellas mi madre era víctima de una joven que salió de una fotografía.
Finalmente regresé. Para sorpresa mía, mi mamá había llegado hacía poco. Me miró con el ceño fruncido. Seguramente me regañaría por no llegar tarde o no avisar donde había estado. Pero al menos estaba bien. A pesar de la falta de aire por la carrera, un alivio recorrió mi cuerpo.
--Fui a buscarte a tu habitación, creí que estabas ahí– me dijo con la vista fija en mi.
No se habían encontrado. Seguramente mi amiga había vuelto a la fotografía. El alivio fue en aumento.
--A propósito ¿por qué hay una fotografía de una pared blanca y un chal en tu cama?
*Juan Andrés Capalbo, 33 años, docente de Educación Especial de la provincia de Buenos Aires, Argentina.